sábado, 19 de junio de 2010

4:57 p.m.

Y entonces, ahí estaban Darcy y Rudovic. Sentados en restaurante del Museo Metropolitano. Rudovic la había visto llegar hasta su puesto de pinturas en los alrededores del Central Park, para preguntarle por una pintura que le parecía familiar. Se trataba de un paisaje un poco surrealista, sin ningún valor artístico desde todo punto de vista. Pero a Darcy aquella pintura se le hacía muy cercana a sus afectos.

- Cuánto por ésta? - había preguntado Darcy.

Rudovic la había mirado un poco extrañado. Parecía que la pregunta le hacía gracia y Darcy no entendía por qué.

- Una salida a tomar un café  sería suficiente - había dicho él.

Darcy no entendía por qué aquel extraño la trataba como si estuviera borracha. Todo el tiempo sentía ese tipo de energía por parte de Rudovic González desde que ella se había arrimado al puesto de pinturas.  Pero Darcy había sentido cierta empatía por aquel inmigrante y le había aceptado la invitación a tomar un café y ahí estaban en el área de comidas rápidas del Museo Metropolitano, tomando no precisamente café. Darcy pensó que, más o menos, ésos habían sido los mismos pasos de su abuelo recién llegado de Irlanda. La única diferencia es que Rudovic parecía latinoamericano, pero en esencia era un hombre con grandes sueños que vendía pinturas en el Central Park, exactamente lo mismo que había hecho su abuelo antes de moverse a Connecticut. El abuelo de Darcy era un hombre muy querido para Darcy. Darcy creía que su abuelo era la persona que más admiraba en este mundo y Darcy estaba muy agradecida con él por haber inmigrado a América. Darcy miraba esas noticias de los otros países por televisión y compraba flores para poner en la tumba de su abuelo. Darcy nunca olvidaba las palabras que le había dicho su abuelo antes de morirse: "Recuerda que siempre hay que tener una ciencia o un arte. En su defecto hay que conseguirse un Dios. Las personas no podemos vivir sin alguna de las tres cosas". Darcy pensó en ello y también le dieron ganas de comprarle un estrella a su abuelo.

Cuando Rudovic empezó a decirle a Darcy que él había sido su novio en los últimos cuatro años y que algo raro sucedía con su memoria, Darcy sacó un billete de su cartera, lo arrojó sobre la mesa y dejó a Rudovic allí plantado y se fue caminando hasta su vecindario en el bajo Manhattan.

 Para entonces, ya Rudovic le había tenido que entregar las llaves del apartamento y había tenido que intentar enamorar a Darcy desde cero. Lo típico: flores, salidas a tomar cerveza, al cine y a caminar por los muelles del Hudson River, aunque Darcy le había dicho que prefería irse a morir con la noche en los muelles de Seaport en el East River. Pero cada día era lo mismo; Darcy olvidaba qué papel había ocupado Rudovic González en su vida.

Seguidores