sábado, 19 de junio de 2010

4:32 p.m.

 Darcy gastó un buen pedazo de tiempo al frente de Gucci. Le gustaban los cinturones aquellos. Los de lentejuelas y diamantes. Tan naif y sofisticados al mismo tiempo. Pero sobre todo, lo que más le gustaba de aquelloos cinturones eran los abstraccionismos que se derivaban de su background y los resultados plásticos con los cuales eran ofrecidos al público. La historia que había detrás, la que no se veía. No se suponía que los cinturones se llevaban en el cinto? Y entonces, Qué era lo que hacían allí en la cabeza de estos maniquís? Seguramente, quien había decorado esta vitrina se había propuesto contar un historia. Darcy había conocido a un famoso decorador de Soho en la cafetería del Lincoln Theater el mes pasado. El decorador le había ayudado a superar esos tortuosos minutos de los lobbies con un bourbon tomado en un vaso de papel mientras daban vueltas a los espejos de agua en la plaza central y mientras esperaban el primer llamado de inicio al Flautista De Hamelin. Angelatto, el diseñador le había explicado todo el proceso de su trabajo, algunos detalles sobre su profesión, esa manera tan newyorkina de estar en el mundo. Le había relatado que siempre escribía un guión antes de empezar a adornar las vitrinas como Sheakspeare había escrito un libreto antes de montar a Romeo y Julieta en las tablas. Todo aquello le había parecido tan extraño, tan contenido y tan del todo cordial: Angelatto y su caballerosidad y el más absurdo pretexto para entablar una conversación; la plaza del Lincoln Center y esa extraña historia de la vitrinas y el gesto de dos extraños flirteando en la antesala de un espectáculo, para después no atreverse a sentarse juntos y compartir la obra y despedirse al final, sin intercambiarse el número telefónico, "si una no puede dejarle nada a la casualidad en una ciudad como éstas". Se habrían gustado, pero ahora había que seguir con el presente. Ahí estaba Darcy. Caminando por las calles de Manhattan a la hora mágica en que todos deberían estar tomando fotos porque la luz era perfecta. Tomó el tren. Era Times Square y vio a toda esa gente con paquetes de tiendas famosas y se sentó en uno de los vagones centrales y pensó que si había un atentado terrorista los pasajeros de los últimos vagones serían los que más sufrirían. Darcy no sabía de dónde había sacado aquello, pero lo puso en su mente y allí lo dejó.

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