sábado, 19 de junio de 2010

4:10 p.m.

Sentada en un Starbucks de la Quinta Avenida, Darcy recordaba los días que habían seguido al ataque terrorista en Nueva York y también recordaba los días que en que le tocaba limpiar las mesas como lo estaba haciendo aquella camarera esta tarde. Darcy combinaba un pensamiento con el otro y así se le iban los minutos de aquel viernes tan autoadhesivo mientras disfrutaba de su café. Cada vez que iba a un Starbucks, Darcy se acordaba de lo entusiasta que era ella cuando le tocaba salir del despachador y limpiar el estante donde la gente se servía el azúcar y la leche. Por lo general, un estante limpio duraba entre una y dos horas, pero a veces Darcy y sus compañeras olvidaban salir del despachador hacia el área de las mesas durante intervalos de 3 y 4 horas. Total, cuando alguna de ellas se acordaba o cuando los clientes les dejaban un minuto libre, o cuando el estante del azúcar estaba definitiva e insoportablemente sucio. Las bolsitas de splendal y de equal regadas en el suelo y charquitos de leche semi-descremada aquí y allá y los botes de basura totalmente repletos de servilletas ecológicas y vasos desechables y pajitas para revolver el café y los pitillos de sorber anarquizados. Entonces, Darcy hacía exactamente lo que estaba haciendo esta camarera de viernes autodhesivos. Rellenaba los frascos de azúcar refinada y los termos de leche. En el primero ponía la leche entera y en el segundo la leche semidescremada. Recogía las bolsitas de azúcar y las clasificaba en las cajitas dispuestas para ello. El brown-sugar a la izquierda, el equal a la derecha y el splendal en el centro. Luego Darcy daba un vistazo a las sillas rezagadas y las ponía a salvo junto a alguna mesa. No limpiaba el reguero de vasos desechables porque de aquello se encargaban los mismos clientes. Posteriormente, de pasada, Darcy limpiaba los charquitos aquí y allá y volvía al despachador a preparar un poco de espuma para los capuccinos y a atender a los nuevos clientes que ya se habían aglomerado en la fila. Darcy limpiaba un poco aquí y allá durante todo el día y, cuando llegaba a casa, veía el logotipo de Starbucks estampillado en cada uno de sus sueños. Darcy recordó, entonces, aquella típica sensación de estar atascada. En aquellos días creía que se iba a quedar haciendo eso toda la vida. Cada vez que Darcy terminaba su turno y Rudovic la estaba esperando, ella se preguntaba para sí misma: "Dios mío, será que me voy a quedar limpiando mesas toda la vida?" y luego se tranquilizaba porque ella sabía que nada era para siempre y que había trabajos definitivamente peores donde a la gente se le maltrataba física y sicológicamente y también demasiados países donde las mujeres ni siquiera tenían la oportunidad de trabajar como meseras y tenían que dedicarse a la prostitución, y entonces se iba con Rudovic a su estudio y hacían el amor y escuchaban esas aburridas  entrevistas de la radio.

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