Hola, me dice Rumbero, un ligre, quien recién traído, había sido mi compañero de jaula. Hola, digo. Sabes qué, me dice, Qué, le digo. Estás un poco loco, me dice. Eso dicen, le digo. Voy de un lado al otro de la jaula, me paseo, reviso las raciones del día, algunos huesillos de la semana pasada con moscas alrededor. Rumbero me empieza a hablar de Vladimir Cifuentes y de Daniel Sánchez. Rumbero es un ligre, una especie de mezcla entre león y tigre. Rumbero se siente muy mal por eso. Rumbero no lo ha podido superar. Rumbero dice que se siente de mala raza. Rumbero cree todo lo que dice Ana Julia cuando los visitantes vienen y ella les dice que Rumbero es una aberración. Yo lo consuelo, yo siempre le digo: "Fresco Rumbero, vos sos una personalidad única. Lo insólito no quita lo original. Vos sos puro sincretismo Rumbero". Y entonces, Rumbero se echa a un lado del palo de mangos, paquete de cigarrillos en mano, y se dedica a espantarse las moscas con su cola de ligre cansado durante toda la tarde, y nos cuenta una y otra vez esa historia de cuando Sánchez y Cifuentes se lo llevaban de rumba en la parte de atrás de la 4x4 y también nos habla de las calurosas noches cuando lo alimentaban con carne humana; cuando algunas mañanas Rumbero estaba muy tranquilo en su jaula, tratando de recuperarse de sus recurrentes insomnios, y cuando entonces de repente Sánchez y Cifuentes entraban con alguna bella chica hasta su jaula y se la ponían frente a sus narices. A Rumbero le daba mucha lástima verse en la obligación de comer mujeres hermosas. Pero era su trabajo. Un trabajo sucio. Pero alguien tenía que hacerlo. A Rumbero de todos modos le gustaba mucho las piernas de mujer. Las piernas era lo primero que se comía Rumbero cuando le tocaba comerse a algún ser humano. Empezaba con doblegar a la presa con un zarpazo en la espalda y luego le propiciaba una dentellada en el cuello. Posteriormente seguía con las vísceras del estómago y terciaba con las piernas. Había ocasiones en que la carne le sabía fría y había ocasiones en que la carne le sabía caliente. Eso dependía de la sangre. Había ocasiones en que la situación le olía miedo y había otras oportunidades cuando en el aire se respiraba tristeza. Eso dependía de la presa. Eso dependía si la presa era una muchacha lesbiana o si era un niño recién recogido de la calle. Si era un burgués asustado o una prostituta tranquila y drogada.
Sí. El sabor dependía de si el sacrificado lloraba o si reía, si era feliz, o si era un desgraciado.
Rumbero recuerda esas épocas con mucha nostalgia. Sánchez y Cifuentes lo hacían sentirse como un ligre útil. No como Ana Julia, que lo trata como a un gato viejo acabado. Rumbero es un veterano de guerra con una gran historia qué contar.