Rujo; rujo; rujo; soy un león. Rujo; rujo... y los gallinazos se meten hasta mi jaula y se comen parte de mi ración y se aprovechan de mí porque no puedo moverme con agilidad, porque estoy viejo y cansado y porque no rujo. Mejor dicho, sí rujo, pero rujo para adentro, para mí mismo, como rumiando recuerdos y rujo; rujo pero no rujo como antes y ahora rujo para adentro y rujo en silencio, en el silencio de estos 28 años bien vividos. Y rujo de bondad y suena a ronroneo. Y rujo a los nuevos animales que traen a la villa. Y rujo para saludar y rujo para contar historias en las tardes rojas de este Cali crepuscular y rujo para abrazar a Ana Julia en las mañanas, cuando viene y se para al pie de mi jaula y me mira con esa expresión de tristeza disimulada. Y Ana Julia mete la cabeza entre los barrotes y me dice; Hola, Tantor, amaneciste perezoso hoy. Amaneciste sin ganas de levantarte, Tantor; hoy vienen nuevos amigos; una tortuga que tenían encadenada, una cebra sin pasado; un ocelote que pinta realidades maquilladas, un burro que se salvó de ser convertido en salchichón, eso me dice Ana Julia.