sábado, 19 de junio de 2010

3:31 p.m.

3:31 p.m.
Sentada en un Starbucks de la Quinta Avenida, Darcy recordó que había olvidado comprar un regalo de navidad a su padre. Sentada en un Starbucks de la Quinta Avenida, Darcy recordó que tenía nombre de ballena; mejor dicho, Darcy recordó que algunos amigos de la infancia le decían eso: que tenía nombre de ballena.

 Darcy nunca entendió la gracia del chiste, pero aquello se le quedó grabado a Darcy y a veces se le venía a la cabeza. Darcy nunca entendió porque uno de sus amigos decía eso y porque los otros se reían.

Sentada en un Starbucks de la Quinta Avenida recordó los días de la universidad cuando trabajaba en el Starbucks de Chinatown.

Darcy recordó también que no eran buenas esas épocas. Darcy se dijo entonces que ya habría tiempo para comprar un regalo a su padre. Iría a su casa y encendería el computador que le habían desinfectado la semana pasada. Entraría al sitio web de E-bay y compraría algún obsequio exótico.

Darcy había entrado a E-bay antes de que su pc pescara un virus,  y había navegado en la sección de Observatorios Astronómicos y había visto que un viejo hippie rico vendía estrellas y viajes al futuro y cápsulas de congelamiento.

Darcy pensó entonces en su padre. Le había llamado la atención aquello de las estrellas. El viejo hippy había montado una oficina en California y las ofrecía en un certificado que los interesados podrían conseguir a cambio de treinta mil dólares.

Darcy no sabía qué le había llamado más la atención, si la pinta del tipo en la foto que usaba para promocionarse en E-Bay o el hecho de que hubiera una oficina para vender estrellas en algún lado de California.

Darcy miró a su alrededor y percatose que todas las mesas estaban repletas. Minutos antes, Darcy había comprado un chai late y estuvo merodeando por el lugar buscando alguna mesa vacía pero no la encontró.

Darcy divisó entonces un silla disponible en la mesa de una señora muy elegante y le preguntó si podría sentarse allí y la señora evidentemente no entendía muy bien inglés y le contestó que "sí" con un acento fuerte.

Darcy no sabía cómo, pero había percibido que la señora no le había entendido. Miró lo que había encima de la mesa y vio dos vasos repletos de café y olorosas volutas de humo escapándose por el orificio de la tapa y volvió a preguntar que si podía usar la silla y la señora volvió a responderle que "sí" en ese acento de los inmigrantes de Europa del Este.

Darcy no usó aquella silla. Se olvidó de querer compartir una mesa y fue a sentarse en uno de los sofás del rincón porque había percibido que la señora no le había entendido lo que Darcy le preguntaba. Aquello había frustado a Darcy demasiado, pero Darcy puso sus pensamientos en otra idea y allí la dejó. Darcy siempre ponía su cabeza donde quería.

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