Este viernes de crazy-glue, Darcy se regalaría un tarde a solas con su cuerpo. Compraría uvas y manzanas en una frutería de Chambers Street y pondría avisos locos en Internet. Se metería a una de esas páginas web de craigslits donde la gente se anunciaba con mensajes sexuales llenos de soledad y resaca. También podría meterse a un spa de Madison Avenue o podría simplemente mirar las vitrinas de Louis Buitton o apurarse a embadurnar su piel de aceites, y de mascarillas, y afeitarse las piernas, y pulirse los vellitos del pubis con una toalla amarrada en la cabeza para que se le secara el cabello. Era viernes y aún estaba temprano.