sábado, 19 de junio de 2010

Epílogo

Secuencia en tecnicolor. Pero imagen muy lavada, matices muy virados a rojo desértico. El calor se puede oler. Se desarrolla a orillas del Río Cauca en Cali, Colombia. Un travelling recorre el sendero por donde pasan tanques de guerra que levantan nubes de polvo. Suena "Paint it to black" de los Rolling Stones. La escena es muy parecida al cabezote de las series de Vietnam. Seguimos una de las llantas de los Jeeps Willy's y luego enfocamos el río. A la distancia podemos percibir todo tipo de animales muertos a lo largo de la que fuera Villa Lorena: elefantes, flamencos, cebras, tortugas. Hay mucha destrucción. Caseríos enteros en escombros. Casi nada ha sobrevivido al bombardeo de Chávez. La guerrilla se ha tomado a Cali y los gringos han ordenado una intervención para apoyar a las fuerzas oficiales de contra-guerrilla.

Planean avionetas regando glifosato sobre el río Cauca. Pasan más convoys del ejército. La cámara come polvo y nosotros también. La música se va disolviendo y queda sólo el ruido de las tortugas chapoteando en el agua. Hay soldados levantando campamento y algunos leones sobrevivientes se protegen del sol bajo los árboles. Un cocodrilo entra a cuadro y lo vemos sumergirse en el río. Vemos a Darcy sacada de contexto. Ya no es Nueva York, ya no es invierno. Es Colombia y hace mucho calor. Darcy tiene unos jeans tipo Juliette Lewis en la primera secuencia de Natural Born Killers. También una camiseta sin mangas con un dibujo de Bugs Bunny encima de los senos. No tiene sostén y sus pezones se insinúan cuando se agacha. Sus pies calzan una botas tejanas y rojas de cuero de culebra. Igual, uno de los soldados pone a sonar una radio de un jeep a la distancia. Darcy está refrescando a Yeyo, el chimpancé, con algunos totumados de agua en sus espaldas. Todo es muy agreste, muy tropical, hay muchos fondos cargados de barroquismo y muchas prendas militares de camuflaje. La selva es tupida, pero se puede paisajear, se puede mirar a la distancia. Darcy adquiere una mirada de largo alcance, como en Connecticut.

Yeyo está viejo, Yeyo está pesado. Los soldados, mitad colombianos, mitad gringos, encienden un cigarrillo de marihuana. Suena un vallenato en la radio transistor. Darcy tararea en un español quebrado. Darcy recoge agua del río y se la echa a Yeyo con mucho cariño. Yeyo le cuenta a Darcy de cómo su antiguo dueño se emborrachaba y lo agarraba a patadas. También le cuenta de aquella noche cuando su dueño tiró una tortuga desde el noveno piso donde vivían hasta la calle, y de cómo Yeyo había tenido que reparar el caparazón de la tortuga con Crazy-Glue. Hacemos un close-up y vemos en cámara lenta cómo cae una lágrima de la mejilla de Darcy. Primerísimo Primer Plano de la lágrima cayendo en la tierra seca. Una pequeña mancha de humedad se desvanece en el suelo. Darcy le cuenta a Yeyo de cómo una vez iba en un tren subterráneo de Nueva York y se quedó atascada junto a otros 90 pasajeros. Pasaban los minutos y las horas y el tren no se movía y nadie venía a rescatarlos. Habían tenido que dormir allí, mientras alguien venía a salvarlos, pero no vino nadie. Entonces se había conformado una comisión de pasajeros para salir a investigar entre las grutas oscuras. Los sistemas de comunicación del tren habían dejado de funcionar. Los operarios del tren no lograban establecer comunicación. La primera comisión de investigación fue integrada por uno de los conductores y otros tres osados pasajeros más, pero pasaron varios días y no volvieron. La gente de los vagones se había empezado a desesperar. Se alimentaban de chocolatinas Milky Way que ya se estaban agotando. Se empezaron a reportar las primeras violaciones. El único policía que iba de civil entre los pasajeros desaparecidos, fue asesinado en la cabina de control. Darcy, en un acto de desesperación, salió del tren a buscar una salida o, al menos, un poco de agua para los ancianos que estaban agonizando por deshidratación. Afuera había visto otros pasajeros alumbrándose con linternas exploradoras. La gente salía a hacer sus necesidades fisiológicas entre las vías del tren y las ratas, pero después abordaban de nuevo, mientras esperaban alguna noticia de la comisión exploradora. Afuera de los vagones, Darcy había podido presenciar a algunos vagabundos que vivían en esa ciudad bajo la superficie. Darcy se había percatado de que había todo un submundo que se movía con facilidad entre la penumbra. Alguien trató de arrebaterle la linterna; Darcy huyó, corrió entre la oscuridad, tropezó con algo y cayó semi inconsciente en una especie de río subterráneo. Yeyo interrumpe a Darcy y le pregunta por ese anillo de diamantes. Darcy le cuenta la historia de Rudovic a Yeyo y de cómo Rudovic había asaltado una gasolinera para poder comprar el anillo y de cómo ella había dejado de hablarle por causa de ello. Uno de los soldados se acerca y le ofrece marihuana a Darcy; Darcy se concentra en los pectorales dorados y musculosos y marcados de él. El soldado se percata del culo de Darcy cuando ésta se incorpora del lado de Yeyo. Pasan más avionetas del glifosato pero esta vez las maniobras no incluyen químicos, sólo planean a baja altura para saludar. Las avionetas pasan tan bajo que Yeyo siente casi poder tocarlas. Un leopardo sin patas delanteras pasa por nuestro campo visual, dando saltitos. La tarde sabe a gasolina, la tarde sabe a Chiclets Adam's y empieza a llover. Darcy y los soldados bailan una danza de esa lluvia tropical, al son de los vallenatos de Diomedez Días. Unas tortugas encadenadas a un árbol tratan de zafarse. Darcy coquetea con los soldados. Comienza una suerte de orgía. Dos soldados empiezan a tocarla y a tratar de besarla en el cuello. Un cocodrilo, mocho de una pata, se pudre al lado de un helicóptero que había sido derribado en el combate. Otros soldados bailan entre ellos. Darcy les dice algo a los tipos que bailan; se nota tensión. Miradas se cruzan; uno de los soldados tratan de tocarle los senos, Darcy se resiste, quiere frenarze; otro de los soldados se aplica un shot de morfina; otro le aplica un shot a Darcy. Darcy deja de ser la niña yuppi de Nueva York. Ahora es una suerte de heroína en Bonnie and Clyde. Los soldados empiezan a sacarle la ropa a Darcy y Darcy empieza a sacarle la ropa a los soldados. La lluvia ha escampado del todo. Unos soldados son gringos y otros son colombianos. Hay mucho amor de parte y parte. Pero también hay resistencia. Empieza la violación. Hay mucho lodo. Darcy disfruta el fango. Sobre el Río Cauca alguien ha puesto a flotar algunas antorchas que alumbran la caída de la noche. Darcy grita, llora, piensa que es Rudovic quien la abofetea. Los soldados gritan, los soldados ríen y alguien le tapa la boca a Darcy. Darcy ve los ojos de Rudovic. Los ojos de Rudovic reflejan pánico. Darcy tiene un flash-back. Darcy se ve a sí misma sentada en el último piso de las Torres Gemelas el día que hacen colisión los aviones. Sentada en el restaurante de allá arriba, Darcy piensa que debería estar en casa pintándose las uñas. Darcy mira a través de una ventana y ve cómo se aproxima un boeing (AUDIO DE AVIÓN EN PICADA). El boeing se estrella contra la torre donde Darcy disfruta de una café tempranero. Darcy sueña que está en su apartamento tomándose una cerveza y escuchando a Hole. Escuchamos un estruendo. El avión impacta el edificio. Darcy presencia su propio funeral con honores en Connecticut. Entonces hay un fundido a negro.

FADE IN - Se escucha el sonido de grillos en medio de la noche. Hay hogueras al lado del Río Cauca. Los soldados charlan en sus cambuches y Darcy trata de quitarse el fango un poco sumergida en el río. La luz de la luna se refleja en el agua. Darcy siente un chapoteo en el agua y siente temor. Afina la mirada entre la oscuridad. Sonido de helicópteros cruzando la noche. Las hélices suenan pa-pa-pa-pa-pa-pa-pa-pa-pa. Alguien nada en el río y Darcy se percata de que es Rudovic. Rudovic, desnudo, tiene medio cuerpo sumergido en el agua y lo alumbra la luna y le sonríe a Darcy. Los soldados cantan canciones de blues. Los esqueléticos leones se espantan las moscas con la cola en medio de la oscuridad. El aire sabe a polvo remojado. Suena una sirena de alarma. Darcy va en busca de Rudovic. Ambos se sumergen en el agua. La cámara los sigue y vemos cómo nadan entre abismos subacuáticos. FADE OUT - SUBE ROLL DE CRÉDITOS.

                           



4:40 p.m.

4:40 P.M.
La estación aquella tarde parecía un paisaje recuperado. La estación aquella tarde tenía aspecto de  afiche deteriorado y Darcy pensaba que lo imaginado sobre el futuro lo estaba viendo desfilar frente a sus ojos. El futuro era ahora y el futuro era una caravana de minutos desfilando en la vías del acá. El futuro era un mar de cuervos rojos pastando como vacas en una montaña. Darcy veía pasar el tiempo como quien veía un bosque de árboles desnudos en el Central Park. Era invierno y Darcy pensaba que quien venía a Nueva York y se iba sin conocer al Central Park en invierno se iba sin conocer de verdad el Central Park. En verano, dicho parque estaba lleno de bicicletas y de resplandor y  de jóvenes felices que hablaban muy duro. En otoño, el Central Park era rojo y lleno de gente enamorada que se preparaba para tener un diciembre muy amable. En primavera estaba lleno de trabajadores y sus maquinarias. Pero en invierno, el Central Park estaba desierto; con sus lagos congelados y a solas consigo mismo. En invierno el Central Park era, en esencia, una suma de repliegues y de recogimientos; no lo que otros quisieran hacer de él. En invierno, el Central Park estaba en silencio.  En invierno, el Central Park era como la muerte.

Sin embargo, en aquella estación, Darcy veía pasar el tiempo frente a sus ojos como quien veía una mar de cuervos rojos pastando en un gran patio verde y un árbol en la mitad y un saxofonista del Spanish Harlem tocando a John Coltraine. Qué cliché!, pensó Darcy. Al lado de ella había un par de vagabundos durmiendo en las bancas de la estación. Estaban cubiertos con mantas y trataban de acercarse mucho entre sí mientras se protegían del frío. Darcy miró hacia los carteles publicitarios que anunciaban los próximos estrenos cinematográficos y sintió que no le decían nada. Entonces, vio que uno de los vagabundos se incorporaba e iba hasta el borde de la plataforma, como quien se levantaba a media noche por un vaso de agua a la cocina. Darcy observó cómo el vagabundo sacaba su pene y empezaba a orinar en las vías del tren y entonces desvió la mirada.

De reojo, Darcy observaba al vagabundo guardando su pene y quedándose en la orilla viendo la luz de un primer vagón que se acercaba. Darcy miró a su alrededor y vio que el vagabundo estaba fuera de la mirada periférica de las otras personas que esperaban el tren. Entonces, fue caminando hasta el vagabundo, se acercó por detrás sin dejar que el vagabundo se percatara y pensó en esas películas que iban a estrenarse; Darcy pensó en su hermano bipolar, en su padre pusilánime, en su madre momificada y en Rudovic que no la llamaba. Darcy se acordó del día que Rudovic le había pedido su mano en el Central Park. Había sido en invierno como ahora. Habían ido a patinar juntos a la pista de hielo y había mucha gente haciendo lo mismo. Darcy recordó la música que sonaba por los altoparlantes y cómo ésta había dejado de sonar mientras una voz daba un anuncio. Darcy no entendía; la voz en los altoparlantes de la pista de hielo estaba diciendo su nombre y el de Rudovic. De repente, todo se había quedado quieto. La gente había dejado de patinar y los estaba mirando a ellos. Darcy se sintió extraña con todas las miradas concentrándose en ella y con Rudovic arrodillándose a sus pies y sacando un anillo de diamantes del bolsillo y preguntándole si se quería casar con él y ese silencio que se apodera del mundo como cuando un ángel pasa por encima de dos personas y hace que éstas dejen de conversar. Darcy había pensado que hasta los habitantes de los edificios alrededor del Central Park estaban asomados por las ventanas presenciando el espectáculo de Rudovic y eso la llenó de vergüenza y de lágrimas. Entonces, Darcy empujó al vagabundo hacia los rieles donde éste había orinado. El tren arribó y Darcy ni siquiera se percató de cómo el tren aplastaba al vagabundo. Todo había sido tan rápido!

Antes de ver las puertas abriéndose, Darcy pudo percibir su reflejo en las latas platinadas del tren y luego en las ventanas. Y entonces llegó a la conclusión de que necesitaba hacerse una infiltración de vitamina 'C' en su cutis. Darcy esperó que algunos pasajeros salieran del vagón y entonces abordó.    


4:37 p.m.

4: 37 P.M.
Esperando el tren, Darcy llegó a la conclusión de que lo que más amaba en la vida era el viento. Pero no el viento de Roma ni el viento de Connecticut en septiembre. Tampoco el viento de Sonora, México, ni el viento que peinaba las praderas en esos documentales que hablaban sobre Africa, ni el viento helado de su oficina en los días más calurosos del cruel verano newyorkino. Darcy amaba era ese viento que venía con el tren. El viento de la estación cualquier viernes a la hora del shopping. El viento del que ella siempre había querido hablar a su hermano, pero que al mismo tiempo siempre olvidaba. Cada vez que Darcy estaba parada en la estación, se prometía que le iba a contar a su hermano sobre ese vientecillo que arribaba 10 segundos antes de que el tren lo hiciera y que alborotaba una leve nube de polvo desde el suelo y que le acariciaba el rostro suavemente como un amante canalla.

También, cada vez que Darcy salía de la estación se le olvidaba aquella promesa. Entonces allí, esperando el tren V, Darcy decidió sacar una pluma y apuntar por primera vez aquella vieja promesa de llegar a casa y llamar a su hermano para contarle sobre el vientecillo del subterráneo de Nueva York. Darcy hundió la punta del lapicero en la palma de su mano y escribió: "Home". Al salir del underground, sería lo primero que haría mientras caminaría hasta su penthouse; tal vez su hermano haría un típico chiste sangrón inherente a su humor negro, pero después le diría: "Awesome, Skinny. I wanna see that!". 

3:59 p.m.

Soy un elefante y me acabo de despertar y estoy sentado en el borde la cama y estoy en una playa. Y en la playa hay otras camas. Soy un elefante. Y me gusta que me bañen y que me echen agua con una manguera. Pero esta mañana soy un elefante atrapado entre un mar de camas que están esparcidas a lo largo de una playa y miro a la distancia, hacia el horizonte, donde la línea del mar anuncia el fin de las cosas, y veo a Darcy y veo a Yeyo y ellos están nadando. Soy un elefante y estoy en en el fondo de la cabeza de Darcy y acabo de tener un sueño bastante pesado y en algún lugar estoy. En el fondo de las cosas, en la playa de las percepciones desmanteladas, en el tiempo de Darcy, y estoy queriendo levantarme y abrirme paso entre las camas, pero la verdad es que no he pasado muy buena noche que digamos; he dormido mal. Debo ser franco. Voy a ir. Voy a llegar hasta el agua. Voy a llegar hasta el mar. Voy a abrirme paso entre las camas. Voy a hacer que Darcy me vea. De seguro has oído hablar de esos elefantes que les gusta que les echen agua con una manguera. Yo soy uno de ellos y no lo tomen por el lado subliminal. La vida es algo más que un comercial de shampoo queriendo significar una eyaculación. No todas son modelos ésas que se bañan bajo las duchas de los comerciales de televisión y que hacen gestos como si hubiera un enano entre sus piernas.

Yo soy un elefante y estoy sentado en el borde de una cama. Estoy en el medio de una playa y desde aquí puedo ver a Darcy. Pero ella no me ve a mí. Estoy en algún lugar de su mente y estoy demasiado escondido. Sí. Ya sé que la vida es algo más. Soy un elefante y sufro insomnia. Me levanto y quiero poner la radio. Quiero escuchar una canción que hable de Darcy. Quiero ver a Darcy sentada en el piso de una cocina. Quiero ver a Darcy en una de esas actitudes en las que parece verse como una niña. No me tomen a mal. No soy Kevin Bacon haciendo el papel de depravado. No soy ese asesino en serie que mató a más de trescientos niños en Colombia. No soy un cura acariciando a un menor de edad. Es que me gusta mucho Darcy. Yo sólo soy un elefante. Y me abro paso entre las camas enfiladas a lo largo de la playa.

4:51 p.m.

Esperando el tren "V", Darcy vio a una persona saliendo de las profundidades del subway y recordó a esa mujer tumbada en las inmediaciones del vecindario de la NYU. Darcy recordó que esa mujer era la primera cosa que la había  impresionado una vez había llegado a Nueva York, y que aquella mujer tenía un morral estudiantil a sus espaldas y una jeringa en sus manos y unas zapatillas Nike en sus pies. A Darcy aquella yonki se le había quedado grabada en sus memorias como un pancake que se quemaba y se quedaba pegado a un sartén. Esperando el tren "V", Darcy recordó a los dos aviones estrellándose contra las Torres Gemelas. Viendo a aquella persona saliendo del subway, Darcy pensó en todas aquellas viejas historias de una comunidad de gente que vivía bajo la superficie, en las profundidades del subway. Pensando en la mujer yonqui, Darcy recordó los días en que Rudovic le decía que odiaba los yonquis y las putas y los maricas y los latinos, a pesar de que él mismo era hijo de inmigrantes ecuatorianos. Parada en la plataforma del subway, esperando el tren "V", Darcy pensó que llevaba varios años sin fumarse un joint y que a veces no podía negar que extrañaba a Rudovic y que cuando llegara a casa lo iba a llamar bajo el pretexto que le diera el teléfono de algún dealer. Darcy recordó entonces todo lo pretencioso que era Rudovic: siempre dándoselas de artista genial y de intelectual incomprendido; aghh! el pobre de Rudovic, pensó Darcy; siempre diciendo que nunca le iría a vender el alma al diablo, mientras sobrevivía de milagro. Pobre Rudovic. Un artista de verdad. Un artista de Internet. Un pintor que nunca vendía un cuadro y siempre se moría del frío en las aceras, auto complaciéndose con los elogios cordiales de los transeúntes.

Su talento no se ponía en duda.

Pero pobre Rudovic. Un auténtico perdedor. 

Esperando el tren, Darcy vio que aquella persona, que salía de las profundidades del subway, no era precisamente un vagabundo ni un homeless convencional, sino un blanco con las ropas muy raídas y con la piel muy curtida de oscuridades grasientas y con una barba de muchos años sin ser tratada y con unas gafas recetadas muy costosas. Darcy pensó que no le apetecía llamar a Rudovic. Esperando el tren, Darcy vio cómo la plataforma se llenaba ansiosamente de yuppies de midtown y decidió que no iba a fumarse un joint aquella noche.  Darcy pensó en las dos cosas que más la habían impresionado en Nueva York: una yonki y un vagabundo harapiento saliendo de las profundidades del subterráneo, ese tipo de asuntos que nunca salían en las películas. Darcy nunca antes había visto un yonki en vivo y en directo. Darcy nunca antes había visto dos aviones estrellarse contra unos edificios. Darcy, tal vez,  había leído sobre esas cosas en un tiempo anterior a los sucesos; en algún lado. Y allí estaban otra vez esas ganas de fumar. Pensó en su analista. Pensó en su hermano. En las auto-mutilaciones. Recordó la última vez que había ido a casa de sus padres. En navidad. Su madre había salido al drive way a recibirla entre pequeños jolgorios, mientras Darcy parqueaba ese Honda alquilado. "Anda a saludar a tu hermano" le había dicho su madre, "Ha vuelto a infligirse las heridas. Otro de sus guiones fue rechazado. Le han dicho que sus historias son muy oscuras y llenas de mensajes negativos. Dicen que no van con el espíritu de la estación. Tal vez no lo vuelvan a llamar y en California se rumorea que las casas productoras quieren sacarlo del juego. Lleva más de dos semanas sin salir de su habitación y se ha rapado hasta el último pelo de sus cejas; parece uno de esos albinos".

Darcy creía que aquella había sido una de tantas navidades aburridas. Todo siempre era lo mismo: su hermano deprimido con ataques de pánico; la cena con el tío Arthur y sus historias en el café y sus novias de turno y canciones de navidad y regalos y las trufas de sus primas y los chocolates suizos de J.C. Penny. Luego, la casa en silencio y Darcy sin poder dormir, con la televisión repitiendo aquellos capítulos de Ophra y las fotos de su abuelo y aquella vieja sensación de que su vida ya estaba programada para repetir los mismos rituales año tras año. Tal vez debería hacer algo loco como su hermano y sepultarse en una habitación. Tal vez raparse el cabello y llegar con la cabeza calva a la oficina el lunes siguiente. Tal vez suicidarse con el humo de un Honda de esos que había alquilado para pasar las navidades en casa. Tal vez hacer todo eso si estuviera en los zapatos de su hermano, si se hubiera anclado en un apartado suburbio donde todo el mundo tenía un monotemático libreto para vivir la vida. Pero Darcy ahora vivía en Nueva York. Darcy pensó que, a lo mejor, el comportamiento de su hermano tenía algo de validez.

8:55 p.m.

8:55 p.m.
Darcy y Yeyo se conocieron un sábado. Darcy y Yeyo se conocieron durante las salidas de Darcy a la superficie. A Darcy a veces le gustaba salir a nadar un poco durante los días de sol, porque a veces hacía mucho frío en el fondo del mar. El día que Darcy y Yeyo se conocieron, Darcy le preguntó por aquello que le parecía ver oculto en sus ojos.

- Es que soy tímido - dijo Yeyo.

Yeyo iba en un neumático viejo. Yeyo iba flotando sobre las olas. Yeyo sabía que se trataba de un neumático que alguien había abandonado en las riveras de ese río que a veces desembocaba en el mar.

- Eso pensé yo - dijo Darcy - pero sé que hay algo más. Dime que me lo vas a contar.

- Qué cosa? - dijo Yeyo.

- Ese. Tu gran secreto oscuro. No soy una mujer que se deja impresionar fácilmente.

Entonces Yeyo le contó su gran secreto a Darcy y Darcy se enamoró más de Yeyo, aunque  aquellas cosas que le había contado Yeyo la habían logrado impresionar, y aunque a ella le habían pasado cosas parecidas en su infancia.

- Dijiste que no te ibas a dejar impresionar.

- Lo siento - dijo Darcy - pero es que es demasiado fuerte.

A Darcy no le gustaba ser supersticiosa ni justificarlo todo con la existencia de un dios. Pero escuchando historias como las de Yeyo, y estando allí en la superficie del agua, y nadando sobre las olas azules del sábado, y con todo el océano a su disposición, y compartiendo secretos en ultramar, Darcy pensó que había un algo que teníamos siempre frente a nuestras narices y que todos los días tratábamos de tocar. Luchábamos y lo arañábamos como quien trata de clavar sus uñas en el cristal de una ventana y algún día lo íbamos a lograr.

4:57 p.m.

Y entonces, ahí estaban Darcy y Rudovic. Sentados en restaurante del Museo Metropolitano. Rudovic la había visto llegar hasta su puesto de pinturas en los alrededores del Central Park, para preguntarle por una pintura que le parecía familiar. Se trataba de un paisaje un poco surrealista, sin ningún valor artístico desde todo punto de vista. Pero a Darcy aquella pintura se le hacía muy cercana a sus afectos.

- Cuánto por ésta? - había preguntado Darcy.

Rudovic la había mirado un poco extrañado. Parecía que la pregunta le hacía gracia y Darcy no entendía por qué.

- Una salida a tomar un café  sería suficiente - había dicho él.

Darcy no entendía por qué aquel extraño la trataba como si estuviera borracha. Todo el tiempo sentía ese tipo de energía por parte de Rudovic González desde que ella se había arrimado al puesto de pinturas.  Pero Darcy había sentido cierta empatía por aquel inmigrante y le había aceptado la invitación a tomar un café y ahí estaban en el área de comidas rápidas del Museo Metropolitano, tomando no precisamente café. Darcy pensó que, más o menos, ésos habían sido los mismos pasos de su abuelo recién llegado de Irlanda. La única diferencia es que Rudovic parecía latinoamericano, pero en esencia era un hombre con grandes sueños que vendía pinturas en el Central Park, exactamente lo mismo que había hecho su abuelo antes de moverse a Connecticut. El abuelo de Darcy era un hombre muy querido para Darcy. Darcy creía que su abuelo era la persona que más admiraba en este mundo y Darcy estaba muy agradecida con él por haber inmigrado a América. Darcy miraba esas noticias de los otros países por televisión y compraba flores para poner en la tumba de su abuelo. Darcy nunca olvidaba las palabras que le había dicho su abuelo antes de morirse: "Recuerda que siempre hay que tener una ciencia o un arte. En su defecto hay que conseguirse un Dios. Las personas no podemos vivir sin alguna de las tres cosas". Darcy pensó en ello y también le dieron ganas de comprarle un estrella a su abuelo.

Cuando Rudovic empezó a decirle a Darcy que él había sido su novio en los últimos cuatro años y que algo raro sucedía con su memoria, Darcy sacó un billete de su cartera, lo arrojó sobre la mesa y dejó a Rudovic allí plantado y se fue caminando hasta su vecindario en el bajo Manhattan.

 Para entonces, ya Rudovic le había tenido que entregar las llaves del apartamento y había tenido que intentar enamorar a Darcy desde cero. Lo típico: flores, salidas a tomar cerveza, al cine y a caminar por los muelles del Hudson River, aunque Darcy le había dicho que prefería irse a morir con la noche en los muelles de Seaport en el East River. Pero cada día era lo mismo; Darcy olvidaba qué papel había ocupado Rudovic González en su vida.

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